El año pasado se vendieron en el mercado español 36.452 vehículos
100% eléctricos. Una cifra que solo representa el 3,8% de la cuota de
mercado, pero que se espera vaya creciendo progresivamente hasta 2035,
año en el que en la UE no se podrán comercializar coches nuevos que
emitan CO2. Y aunque es cierto que este proceso hacia la
descarbonización de la movilidad va a suponer grandes beneficios para el
medio ambiente, no es menos cierto que también va a generar otro
importantísimo problema medioambiental, del que hasta ahora poco se está
hablando.
Y es que las baterías de los coches eléctricos tienen una vida útil
limitada. Se calcula que pueden funcionar entre diez y doce años
(250.000-300.000 kilómetros), periodo a partir del cual pueden seguir
funcionando, pero por debajo ya del 75% de su capacidad. Así pues,
dentro de doce años, es muy probable que las baterías de esos 36.452
vehículos eléctricos vendidos en 2022 tengan que ser reemplazadas por
unas nuevas.
Ese número de baterías a reemplazar irá aumentando paulatinamente en
la misma proporción en que lo hagan las ventas de coches eléctricos. De
tal forma que en 2035, si todos los coches que se venden son eléctricos y
se mantuviera la cifra de ventas actual (962.020 unidades en el mercado
español en 2022), al cabo de otros doce o quince años (para 2050) nos
encontraríamos con un millón de baterías inservibles.
Y no estamos hablando de baterías de teléfonos móviles, sino de
baterías de iones de litio muchísimo más grandes, cuyo peso oscila entre
los 350 y los 600 kilos, dependiendo de su capacidad (entre 60 y 100
kWh). Por tanto, alguien tendrá que ir pensando en qué hacer con entre
350.000 y 600.000 toneladas anuales de materiales tóxicos.
Es cierto que algunas baterías pueden reutilizarse dándoles otros
usos de almacenamiento de energía no tan exigente, como en el alumbrado
público o en las viviendas particulares. Pero las que ya no pueden
reutilizarse (las baterías muertas), tienen que reciclarse, algo que no
resulta nada fácil.
Se trata, pues, de materiales muy tóxicos cuyo reciclaje, una vez
acabada su vida útil, presenta grandes problemas medioambientales. Según
explican los expertos, la principal dificultad deriva de la forma en
que están fabricadas las baterías.
Tanto uno como otro presentan impactos ambientales muy importantes,
ya que los procesos pirometalúrgicos requieren de un elevado gasto de
energía y emiten gases tóxicos y residuos, al tiempo que los procesos
hidrometalúrgicos son muy complejos y requieren de más productos
químicos.
Fabricación poco sostenible
Pero, además de la gestión al final de su vida útil, no debemos
olvidar que la propia fabricación de las baterías constituye también un
momento crítico en lo que a huella ambiental se refiere. Según un
estudio realizado por Volvo, la fabricación de un coche eléctrico supone
un 70% más de emisiones de CO2 que la de un coche de combustión.
Y es que los elementos que componen la batería de un coche eléctrico
se extraen de las minas, con el consiguiente impacto ambiental que ello
acarrea.
Actualmente, la extracción de minerales como el litio, el cobalto o
el níquel se encuentra muy concentrada en unos pocos países como
Australia, China, Indonesia, la República del Congo, Chile o Argentina, y
en algunos de estos países las legislaciones y exigencias ambientales
dejan mucho que desear.
Además, una vez extraídos, esos materiales siguen dejando una
importante huella de carbono, ya que primero se envían a China, donde se
concentra la fabricación mundial de baterías. Y desde ahí, se envían a
ensamblar a las plantas de los fabricantes de automóviles repartidas por
todo el mundo, antes de volver a viajar de nuevo miles de kilómetros
hasta llegar al usuario final.
Así pues, no cabe duda de que, mientras circula, un coche eléctrico
no emite CO2, aunque ya lo ha hecho con creces antes de ponerse en
marcha, y seguirá haciéndolo cuando deje de funcionar.